Se cumple un siglo del nacimiento del gran poeta argentino Homero Manzi




El 1º de noviembre es una fecha fundamental en la historia del tango: se cumplen cien años del nacimiento de Homero Nicolás Manzione, más conocido como Homero Manzi, un poeta que en apenas 44 años de vida se dio el lujo de inventar un mundo.



El fue quien evocó un pasado mítico en el sur porteño, cantó a los amores perdidos y los cielos añorados, y fue el culpable de que hoy Boedo sea un barrio en la nomenclatura porteña y no sólo una calle que se cruza con San Juan.



Junto a su pasión lírica que dio títulos imborrables en la memoria rioplatense, Manzi fue también lo que en los 60 se llamó “un intelectual comprometido”: pasó sin escalas de las filas de Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) al peronismo más visceral.



Su camino político fue paralelo al de Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jaureche, quien declaró públicamente considerarlo su guía, y otros jóvenes intelectuales que venían de la Década Infame preocupados por el destino y la identidad del país.



Manzi nació en Añatuya, Santiago del Estero, pero fue un porteño ejemplar que estudió en el Colegio Luppi, en Centenera y Fray Mamero Esquiú —ahora allí hay un bar— e hizo del barrio de Pompeya la escenografía de la mayoría de sus sueños.



En las inmediaciones de ese lugar se desarrolla “Manoblanca”, un bellísimo tango curiosamente optimista sobre un “carrerito del Este” que se ufana de la mujer que lo ama y dice que “esta noche me esperan sus ojos en la avenica Centenera y Tabaré”.



Como poeta y contemporáneo de Enrique Santos Discépolo no incursionó en el lunfardo, su tango no es el de las orillas metafóricas o concretas, sino el de una clase trabajadora que se iba perfilando en la década del 40.



Todo el mundo recuerda “Sur” y “Barrio de tango” cuando de él se habla, porque pocos escribas pudieron alcanzar sus alturas con algo tan vecinal como “la esquina del herrero barro y pampa” o “el misterio de adiós que deja el tren”.



Esos tangos con música de Aníbal Troilo no pueden opacar brillos menores pero brillos al fin como “Malena” y “Mañana zarpa un barco”, con Lucio Demare, “El último organito” con su hijo Acho o el vals “Romance de barrio”, también con Pichuco.



Su primera y olvidada composición, “¿Por qué no me besas”?” (1921) significó su acercamiento posterior a Troilo a través de su coautor Francisco Caso, lo que facilitó la aparición de un dueto autoral incomparable, interrumpido por su prematura muerte el 3 de mayo de 1951.



Según el eminente Julio Nudler, Manzi “encarna, más que ningún otro, la presencia de la poesía en la letra del tango. Fue un poeta que no publicó ningún libro de poesías. El medio de su poética fue siempre la canción (...)”.



También la milonga estuvo entre sus creaciones: con Sebastián Piana dio a conocer delicias como la trilogía “Milonga sentimental”, “Milonga triste” y “Milonga del 900”, que integran un stock de más de centenar y medio de composiciones.



Pocos como él podrían alcanzar la inspiración de letras como las de “Ninguna”, “Fuimos” y “Tal vez será su voz”, cuya factura evita permanentemente el melodrama, lo mismo que sucede con las numerosas películas que libretó e incluso dirigió.



Homero fue brevemente periodista y trabajó como profesor de literatura en los colegios Mariano Moreno y Domingo Faustino Sarmiento, pero en 1930 fue expulsado por la dictadura de Uriburu, que también lo encarceló un tiempo.



Entonces organizó una compañía de danzas que recorrió varias provincias y países limítrofes.



Hombre renacentista que abarcó tanto el teatro, la radio y el cine, fue mentor y cofundador de Artistas Argentinos Asociados —con Lucas Demare, Enrique Muiño, Francisco Petrone y Sebastián Chiola— cuyo primer título fue “La guerra gaucha” (1942). Elías Alippi, el ausente del grupo, murió ese mismo año, también el 3 de mayo.



Guionista de “Nobleza gaucha” (1937), “Con el dedo en el gatillo” (1940), “El camino de las llamas” (1942), “El viejo Hucha” (1942), “Todo un hombre” (1943) y “Pampa bárbara” (1945), entre una veintena de títulos, también se dio el gusto de dirigir.



Fue en “Pobre mi madre querida” (1948) y “El último payador” (1950), ambas con Hugo del Carril, en las que recreó a José Betinotti como personaje, el payador que acercó la música de origen rural al medio urbano.(el ciudadano)



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