En el dos por cuatro lo probó casi todo: interpretaciones propias, ajenas, y hasta fusiones, como la de su último disco, "De gitanos y tangueros". Pero ahora, Guillermo Fernández va por más y se anima por primera a subirse a un escenario al frente de su Orquesta Típica, con la que presenta su flamante último disco, llamado "Deseo".
"En realidad, trato de rescatar el sonido de las orquestas típicas de los '50, en las que el cantante es un instrumento más, y donde no hay solista, la orquesta es lo importante. Pensaba que un proyecto así era realmente muy difícil porque en los años '40 y '50 ensayaban todos los días durante un año, y recién después iban y grababan. Hasta que me di cuenta de que con los grandes músicos que hay hoy había muchas posibilidades de recuperar ese sonido.
¿Es un repertorio de clásicos?
Elegí la mitad de tangos clásicos, no muy interpretados, como "La última curda", "Cambalache", "Corrientes y Esmeralda", "Niño Bien", "Viejas alegrías" y "El llorón", que se adaptan a mi orquesta con una base rítmica, pero a la vez una cuerda muy melodiosa. Busqué tangos que no habían sido grabados por orquestas típicas.
¿Para ser el primero?
Para evitar las comparaciones. Si hay un tema que se hizo famoso con la orquesta de Di Sarli, bueno, yo no quiero hacer una versión nueva de ese tema, sino tratar de que mi orquesta tenga personalidad y estilo.
Ahora que tenés una "típica", como los grandes cantores, ¿te sentís consagrado?
Yo hice al revés, porque los grandes cantores arrancaban con la orquesta y, cuando se hacían famosos, recién ahí comenzaban su carrera como solistas. Yo me siento feliz de tener mi orquesta. Musicalmente, más feliz como músico que como cantante.
Hace un año y medio editaste el disco "De gitanos y tangueros", ¿cómo hacés para renovarte musicalmente cada año?
Me guío por lo que voy necesitando artísticamente en el momento. Mi idea es sacar un disco por año, y me gustaría quedarme con este formato. Con la orquesta encontré un sonido y una forma tanguera que realmente me llena y me tiene pleno.
Por geraldine mitelman (La Razón)
